El arte abstracto es para mí un espacio infinito de libertad para crear, una búsqueda interior para asir y comunicar la esencia de la emoción que me produce la naturaleza.

Al despojar a la obra de lo superfluo, yo misma aprendo el desapego, lo simple, lo esencial. Aparece entonces la sorpresa por el resultado: la consciencia de mi verdad interior, del camino que me lleva a trascender mis límites, tras los cuales hallo un encuentro duradero e ineludible conmigo misma; un refugio libre, una respiración de paz.

Mi técnica de preferencia es la acuarela, por lo imprevisible y libre del agua, que acompaña a lo orgánico de la naturaleza. Su transparencia me lleva a ensoñaciones sublimes y bellas.

 En ocasiones, la combino con collage, acrílico, pigmentos y otros materiales y técnicas mixtas para profundizar en el mensaje de la obra.

 Para mí, el Arte es una vía y una meta: conocernos a nosotros mismos y compartir con generosidad. Y mediante el Arte y la Belleza, transformarnos y resplandecer.

  Celia Guerrero nació en Madrid en 1968. Siempre se ha sentido fascinada por el arte y el diseño, en especial por la pintura y el arte oriental. Durante el periodo que vivió en París (1993-2010), sus museos fueron tanto un refugio como un estímulo.

  Ha compaginado desde 1998 su carrera profesional como Ingeniera Informática con la práctica del dibujo y de la pintura, en especial de la acuarela, acrílico y técnicas mixtas. Ha seguido durante varios años los cursos de dibujo y de cuadernos de viaje impartidos en el museo del Louvre, así como los talleres del Carrousel du Louvre (Museo de Artes Decorativas de París).

  Desde 2010, reside en Madrid y continua pintando en el Taller La Mina con el profesor Jon Ander del Arco, desarrollando varios trabajos y series, y ha participado en talleres y manifestaciones de dibujo y cuadernos de viaje.

  En 2019 inició una nueva andadura artística de la mano de Araceli García Romero, en el marco de su programa “De lo Espiritual en el Arte”, un programa de formación artística multidisciplinar que aúna el aprendizaje pictórico con el descubrimiento de la propia naturaleza personal y emocional.

Luna de otoño.

Voy vagando en la noche

en torno al lago

Matsuo Bashô, monje y poeta

(1644-1694, periodo Edo del Japón feudal)

  La contemplación de la belleza efímera de la naturaleza es una constante poética, espiritual, filosófica para múltiples culturas desde hace milenios. En la tradición japonesa, la práctica de los haikus se plantea como un camino de perfeccionamiento, una vía ascética hacia el autoconocimiento; una forma de meditación elevada.

  Al desafío de plasmar en una imagen la depurada (pero intensa) impresión que brinda este haiku, se une la profunda conciencia colectiva y llena de significados del misterio de la noche: lo oculto, lo oscuro, lo íntimo. A ese vacío, a esa ausencia sin tiempo ni referencia que nos enfrenta a nuestro yo más profundo, se opone la Luna.  Dispensadora de luz, faro y guía ancestral, construye nuestra percepción del espacio y del tiempo, y al ofrecernos su reflejo en el agua, nos aporta una vía para encontrar nuestra propia luz.

  Esta serie es un reflejo sensorial y emocional de esa exploración personal, de esa meditación activa que nos revela lo enriquecedor que puede llegar a ser alcanzar nuestro vacío interior.

Sobre el proceso creativo:

Este proceso ha sido una laboriosa investigación en torno a muchos ejes: la técnica del collage, los materiales, el significado, mis propias sensaciones.

  La mente es un ente curioso; a pesar de la idea inicial, clara y concreta, no se priva de de derivar, de cambiar de dirección, hasta que tras haber descartado vías secundarias, vuelve llena de preguntas al camino principal: ¿Qué experimento en la orilla de ese lago? ¿Qué significa para mí ese momento?

  Se centra entonces en esas percepciones / oposiciones, agudizadas por la oscuridad nocturna: la vegetación, la humedad, el murmullo de las olas en la orilla, el resplandor lunar, lo opaco, lo distante, los destellos cegadores en la superficie del lago.

  A esas impresiones sensoriales, se añade el significado más abstracto / ambiguo de la noche: la indefinición, lo no visible, lo íntimo. Nos centramos en nuestra propia presencia, y nos miramos, contemplamos nuestro yo más profundo porque ese lago se convierte en el espejo de nuestra alma.

  Este paseo se convierte en un viaje de exploración de nuestro propio reflejo, un ir y venir circular entre nuestro inconsciente (las profundidades del lago) y nuestro consciente (el espacio celeste). En esta travesía, los reflejos de la luna en el agua son la escala, la línea de vida que nos permite ascender y descender una y otra vez, a cada obra de la serie, a esos lugares propios.

  Al atravesar ese espejo, contemplamos y damos forma poco a poco a nuestra propia esencia, despojada de ruidos, entera;  y en ella descubrimos una calma profunda.

  La síntesis de la emoción aparece entonces nítida: la serenidad, el vacío envolvente. Para comunicar esta idea, el equilibrio de las formas geométricas y la superposición del collage se revelan como la técnica por excelencia.

  Un modesto paralelo entre la práctica de la pintura, y la composición de un haiku: el camino de lo Espiritual en el Arte

 

 

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